Ernesto Suárez

Es el actor más reconocido de la provincia.

Con casi cincuenta años de carrera ha pisado los escenarios más importantes del país y Latinoamérica. Es un referente social para jóvenes y adultos. Un hombre que es parte de la identidad de la provincia.No hay, sin dudas, un personaje tan conocido y querido en Mendoza como Ernesto “el Flaco” Suárez. ¿Quién no ha visto alguna de sus obras? ¿Quién no se lo ha cruzado alguna vez por las calles del Centro? ¿Quién no sabe que es uno de los referentes del teatro mendocino y argentino?
El Flaco, como lo llaman desde que era chico, está viviendo un momento muy especial. Hace muy pocos días presentó su libro.  “Lágrimas y risas. Vida y obras de un hombre de teatro” es el texto que escribieron los periodistas Walter Gazzo y Laura Rómboli, en el que detallan grandes momentos de la vida de este genial actor que durante dos años se reunió con sus ahora biógrafos para contarles su vida.
Además, el año que viene cumplirá 50 años arriba de un escenario. “Es una vida, es mi vida”, dice orgulloso este artista nacido en la provincia pero que llevó su trabajo a distintos rincones de Latinoamérica y Europa.
Fue docente, director de la Escuela de Teatro de Mendoza de la UNCuyo y creador de diversos y siempre exitosos elencos entre los que destacan el de la Facultad de Ciencias Económicas de esta universidad, “El Juglar” de Ecuador y el teatro “El Taller”. Más de cuarenta obras teatrales lo cuentan como actor, autor y director.
Durante la última dictadura padeció el exilio en Perú y Ecuador, donde aprendió los rigores de un destino no elegido.
High: ¿Cuándo fue la primera vez que te subiste a un escenario?
Flaco Suárez: Fue a los 23 años, era grande. Fue en una peña, me invitaron a un obra y como me gustaba una piba que estaba en el elenco, dije que sí. Estudiaba Abogacía y trabajaba en la facultad de Ciencias Económicas. Nada que ver, pero me atrajo el teatro.
H: ¿Y qué fue lo que te cautivó?
FS:  Me atrajo que la guita no fuera lo más importante. Me atraparon las personas que formaban ese elenco, los actores y sus vidas. Yo soy un tipo muy tímido y el teatro me dio un espacio en donde volcar mi timidez y canalizar todo lo que sentía adentro. Me gusta el hecho de contar historias, de emocionarme y hacer emocionar. Sigo pensando que el mundo puede ser mejor, que se puede cambiar. Y en el teatro lo puedo hacer.
H: ¿Y cómo hacemos para cambiar el mundo?
FS: Laburando. Y no echándoles la culpa a los demás. Y eso es algo que hacemos siempre. Le echamos la culpa a los gobiernos, a los políticos y a los delincuentes pero no a nosotros. Nunca lo hacemos. Cada uno debe encontrarse consigo mismo, con su identidad. Hay que generar una historia propia.
H: La vida te llevó por distintas ciudades, pero siempre volviste a Mendoza…
FS: Es que en Mendoza está mi identidad. Acá están mis vivos y mis muertos. Mi pasado y mi futuro. Es mi lugar.
H: Hay un dicho que dice que nadie es profeta en su tierra. Sin embargo vos lo sos.
FS: Yo no creo en ese dicho. Me gusta otro que dice “Pinta tu aldea y pintarás al mundo”. Creo que si uno es fiel a sí mismo, es perseverante, en un mundo de tan pocas coherencias, en un mundo en el que la gente corre atrás de un celular o de la televisión, alguien que se dedique a trabajar, va a ser profeta acá o en cualquier lado.
H: ¿Está mal si decimos que la docencia es otra de tus mayores vocaciones?
FS: Para nada. Es una de las partes que más me gusta de mi trabajo. Me encanta compartir con grandes y chicos. Creo que casi la mayoría de los actores que trabajan hoy en Mendoza han tomado clases conmigo. No lo digo como algo soberbio, al contrario. Cuando uno enseña, uno aprende. Se te abre la cabeza, lo más lindo es escuchar al otro, entender sus formas.
H: ¿Qué mensaje o enseñanza que te haya dado un alguno recordás a menudo?
FS: Me acuerdo siempre algo que me dijo Augusto Enrique (un director de teatro ecuatoriano) cuando yo volví del exilio. El se vino conmigo a Mendoza y acá abrimos un teatrito. Me miró y me dijo: “Ahora tenemos un lugar, no podemos ser brutos”. Esa frase hermosa está llena de contenidos. ¿Cuánta gente hay que quiere estudiar y no puede porque no tiene dónde ni cómo? Hace falta tener espacios o generarte tus propios espacios para poder progresar. Y eso está relacionado con algo mágico que tiene el teatro. Cualquier lugar puede convertirse en el escenario en donde vamos a contar una historia.
H: ¿Cómo definirías el trabajo de un actor?
FS: Diría que no es repetir un texto, sino revivir un texto cada noche. Por ejemplo “Educando al nene” cumplió 1500 funciones y cada noche es distinta. El público, si vos sos actor, percibe tus estados. Cada noche el actor recrea la historia.
H: ¿Es difícil ser actor en Mendoza?
FS: Es difícil serlo en cualquier lugar. He tenido charlas con amigos de España, México, Ecuador y otros países y en todos lados pasa lo mismo. Vivimos en sociedades en las que la cultura muchas veces está relegada. Además, en el teatro, tu herramienta es tu propio cuerpo. Entonces eso que tiene de hermoso, a veces, puede transformarse en algo muy duro cuando no tenés ganas de actuar. Cuento en el libro  que cuando muere mi madre yo vivía en Ecuador. Me avisa mi hermano en una carta. Esa noche no pude parar de llorar, pero la función no la suspendí. Me fui a  actuar con todo el amor que sentía por mi madre y le dediqué la función a ella.
H: ¿En tus casi 50 años de carrera, te quedó algo pendiente?
FS: Quiero hacer una versión de Don Juan Tenorio. La idea es contar todas las contradicciones de este tipo que vive seduciendo porque en el fondo lo que siente es miedo porque se siente solo. Atrás de ese Don Juan, de ese galán, lo que esconde  es una soledad y una inhibición terrible.
H: ¿Te gustan los homenajes, los reconocimientos?
FS: Me gusta el de la gente común. Los premios no los pongo en el living. Me emociona la gente en la calle. Muchas veces los taxistas no me quieren cobrar. Una vez un matrimonio mayor me paró en la calle y me preguntó si les podía hacer un favor. Les dije que sí, por supuesto,  y ellos me dijeron que lo que me querían pedir era que no me muera nunca. Imagínate. Llegué a mi casa, abracé a mi hija y me puse a llorar. Eso me emociona, que la gente se sienta identificado con uno. Es impagable.